Torquemada...un poroto
Llegando temprano como corresponde a
cara lavada, en zapatillas y con el corazón galopando en el pecho me
anuncio en el escritorio central donde una chica impecablemente
uniformada y con una sonrisa digna de una publicidad de pasta dental
me pregunta mi nombre, chequea mi celular y me dice que tome asiento
en la sala de espera que llegado el momento me avisarán...
La recepción está íntegramente
cubierta de marmol color natural y los sillones color manteca están
acomodados de foma asimétrica a lo largo y lo ancho del lugar, donde
alguna que otra mesita de madera oscura dejan ver pequeños y sobrios
arrelgos florales blancos.
Por el lugar circula un hombre con un
listado y un celular que habla ocasionalmente con una u otra persona
para solicitar algo o responder de manera pedagógica (casi como para
niños de 4 años) enmarcada en una sonrisa diseñada (seguramente a
priori) acorde a las circunstancias. Lo escucho a lo lejos decirle en
tono bajo a una señora que debe quitarse aros, anillos y cadenas
para dejárselo junto a cualquier otra cosa de valor a su
acompañante, y yo, silenciosamente y adelantándome al futuro como
siempre comienzo lentamente a sacarme mis aritos (los que uso
siempre) y los guardo cuidadósamente en el monedero de mi billetera,
no sin reparar en lo diminutos que son y el temor que me genera
perderlos.
Esporádicamente se abre una puerta
lateral y sale una enfermeda enfundada en ropa celeste con cofia y
barbijo blancos llamando a distintas personas que se acercan
temerosas al misterioso portal para atravesarlo y no volver a salir
por allí.
Aun no me llaman y no puedo evitar
trazar un paralelismo mental con una imágen (por cierto) moderna del
Purgatorio...un lugar acéptico cómodo, prolijo sin ser confortable,
en el cual se espera algo en principio incierto...como ser juzgado.
Me cuelgo pensando en una película vieja en la cual le pasaban a los
protagonistas una película con los hechos relevantes de su vida y en
virtud de ellos se determinaba si podían ir al cielo o no.
Me trae a la realidad un llamado ali
celular que me solicita que acercarme nuevamente al escritorio
central, donde la misma chica uniformada, con la misma sonrisa, me
hace completar unos cuantos formularios y me coloca en mi mano
izquierda una pulserita que contiene todos mis datos... me llama la
atención que se me pueda identificar con tan poquitas letras y
números.
Vuelvo a tomar asiento en la sala
cuando el señor del listado y el celular me llama por mi apellido y
con voz monocorde me repite literalmente lo que debo hacer con mis
cosas de valor, y cuando le confirmo que ya lo hice me pide que
ingrese por la puerta y al momento de hacerlo no puedo reprimir un
“tengo que ir a la luz no?”, que evidentemente le desagrada a
quienes allí esperan.
Una vez dentro va a mi encuentro la
mujer vestida de blanco que me indica que la siga hasta un cuarto
numerado mientras me explica que me va atraer una bolsa donde voy a
poner toda la ropa que tengo puesta y que llegado el momento lo
llevarán a mi cuarto (en el mejor de los casos). Me indica que debo
vestir un camisolín perverso de tela clara parecido a un ponchito, y
lo llamo perverso porque es imposible taparse el cuerpo completo con
él … y convengamos que en este momento no estoy ironizando con el
tamaño de mi humanidad pues creo que hasta el ser más diminuto debe
serntir la misma angustia que yo al momento de pretender “taparse”
con estos diminutos ponchitos maléficos. Pero convengamos que a esta
altura de la soiré (como diría Sir Gerard) con horas de ayuno de
por medio y la decisión de pasar por esta experiencia más que
“masticada” una hace de tripas corazón y elige alguna parte en
particular del cuerpo para ocultar, y el resto....que sea lo que Dios
quiera. (eso si, la cofia que te tenés que poner en la cabeza es
INMENSA, quizás el truco hubiera sido vestirme con ella)
Mientras me cambio, y casi ajena a mi
pseudo desnudez aparece otra mujer más o meno de mi edad, también
cubierta su boca con un barbijo y ojos vivaces que con una simpatía
casi desmesurada se presenta como la anestesióloga y se mete de
lleno a explicarme el procedimiento al cual seré sometida a la
brevedad. Me pregunta una vez más (me lo preguntaron todas las
personas que me hablaron desde que llegué) qué medicación estoy
tomando, si soy alérgica a algo y cual es la cadera que me van a
operar, a lo cual contesto ya mecánicamente en el siguiente orden:
levotiroxina de 125, no soy alérgica a nada y la cadera es la
izquierda. No conforme con mi respuesta me pide que constate una vez
más los datos de mi pulserita identificatoria y que levante la mano
correspondiente a la cadera que me van a intervenir. Por un momento
me alegro de tener problemas en ambas caderas pues aunque se
equivoquen entre una y otra, en cualquiera de las dos van a encontrar
con que trabajar.
Me viene a buscar una enfermera con una
silla de ruedas y me tomo mi tiempo para sentarme e intentar de
taparme lo más que puedo para transitar de la manera más digna
posible los metros que me separan de la sala de operaciones
propiamente dicha. Y allá vamos.
Llegamos al quirófano (cuyo número no
recuredo...negación?)y lo primero que veo es una mesa de
operaciones, diseñada para permitir la apertura de las piernas....
lo más parecido a un aparato de tortura que vi en mi vida hacia la
cual me acerca la chica de ojos vivaces invitándome a tomar asiento
en ella, mientras se presentan un par de personas más y me someten
repetidas veces al interrogatorio de mi medicación, las alergias y
cadera correcta.
Es importante resaltar que a esta
altura de los acontecimientos, semidesnuda, y sentadita con cara de
susto en esa tortuosa mesa de acero inoxidable , lo mejor que me
podía pasar era la anestesia...digamos que a falta de sexo y rock
and roll me conformaba con las drogas, que por suerte hicieron efecto
lo suficientemente rápido como para...............
BLANCO
Solo puedo abrir los ojos, estoy tapada
casi hasta la nariz. Me toma algunos minutos recordar como llegué
aquí. Miro a mi alrrededor y lo único que veo es gente en camillas
con los ojos cerrados a mi derecha e izquierda. Sigo sin poder evitar
mi alegoría con el tema de la muerte y pienso por un instante que es
la morgue.....pero la parte racional de mi cabeza me alerta sobre la
incoherencia de “abrigar” a un muerto......estan todos tapaditos,
felizmente dormidos, espero....
Intento con mucha dificultad quedarme
despierta hasta que aparece una enfermera a quien le pregunto la
hora, a lo cual me contesta arropándome un poco más mientras me
pide paciencia en mi espera por ser llevada a una habitación y
decido hacerme la graciosa diciéndole no te preocupes, no tengo
planificado ir a ningún lado (sobre todo porque no puedo mover las
piernas), comentario que le causa la gracia suficiente como para
acercarse a un mostrador cercano diciéndo: Por qué no se llevan a
la de la cadera izquierda que ya se despertó?
BLANCO
Ya en la habitación, aun inmovil y
cubierta (si, claro) por el ponchito perverso doy por terminada mi
fantasía mortuoria dándo rienda suelta (sólo yo lo sé porque no
se me mueve un músculo) a mi felicidad por el hecho de estar
viva.......No obstante me tomo un minuto más para pensar que de
haber sido juzgada hoy por mis hechos, creo que el peor pecado por el
cual podría ser condenada sea el de no vivir cada día como si fuera
el último.
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