Las manos perfectas
Y no derramó una sola lágrima... ahí
desde toda su
humanidad y ante la mirada atónita del resto ni
siquiera moqueó. El agujero enorme de su ausencia física lo
puso triste sin duda, pero pocas veces en la vida había
experimentado esa sensación de paz, de tarea cumplida.
Empezó a rememorar en su cabeza uno
tras otro los momentos que habían compartido y eran tantos que era
prácticamente imposible poner orden entre ellos.
Lo primero que pensó fué en sus
manos, podía dibujarlas hasta el más mínimo de los detalles
…..cómo no iba a recordarlas si las recorrió centímetro a
centímetro desde cuándo?, ni podía ponerle principio a ese ritual
que los mantuvo unidos a través del tiempo.
Cada viernes, con precisión inglesa
llegaba a su casa con esa sonrisa de duende y mil historias de dudosa
veracidad, pero llena de detalles jugosos que encendían la
imaginación de ella y eran el aliciente que esperaba toda la
semana.
Con el gran esmero y minuciosamente
recorría uno a uno sus dedos ya demasiado maltratados por el reuma
tratando de llevar algo de alivio a esas extremidades que el tiempo
le había arrebatado gran parte de su movilidad. Quizás fueron esas
manos agarrotadas imposibilitadas físicamente de acariciar las
responsables involuntarias de convertir a ese nene en un adulto
arísco... quién sabe?
El premio de tan apasionada tarea no se
hacía esperar y consistía en cenar pizza, de una pizzería de
barrio, de esas que son inclusive anteriores al asfalto (a quién se
le puede haber ocurrido ponerle de nombre”La Corvina”?), esos
negocios que quedan escondidos en pos de la desmedida urbanización.
Tenía que ser de ahí porque era la única para la cual él no tenía
que cruzar la calle lo cual lo hacía por un lado seguro y por el
otro permitía que ese tesoro gastronómico llegara con el calor
suficiente para deleitar los paladares de esta particular pareja.
Ardua tarea era ponerse de acuerdo en
el gusto de la pizza, porque dos personajes tan distintos y
complementarios eran difíciles de satisfacer a la vez, por lo cual
la única manera de llegar a un acuerdo era sólo si compraban
porciones de gustos variados, así de caprichosos eran ámbos.
Eso sí, había algo sobre lo cual ese
pequeño no podía opinar y era sobre que íban a ver en la
televisión ya que ahí la autoridad de ella se hacía presente y la
única opción que él tenía era ver a Darío Vitori que desde el
viejo televisor de tubo, en blanco y negro que mostraba imágenes de
un señor entrado en años haciendose el galán con mujeres mucho
menores y haciendo chistes de dudoso gusto y gracia en “Teatro
como en el Teatro”. De todos modos poco importaba porque estaba
ahí, estaba con ella quizás uno de los lugares más seguros en los
que se había sentido en su corta vida.
En las mejores épocas y cuando no
apretaba mucho el frío iban juntos al cine, a uno en Caballito,
(cuyo nombre no recuerdo) y ya que estaban en la calle cómo no iban
a aprovechar ir al “Cedrón” a cenar?... un lugar de culto para
él con el paso de los años.
Pasó el tiempo y llegó el momento en
el cual ella no podía vivir más sola y es así que la llevaron a un
geriátrico de la zona, pero para entonces el niño ya no era un niño
y siguió eligiendo visitarla, pero ahora ya no los viernes, sino los
sábados por la mañana.
El ritual se modificó y él después
de salir de ir a bailar y desayunar, pasaba a comprar algunos “manjares” para ella, aunque aún entonces no podía entender
como le gustaba tanto el Paso de los Toros... y de allí a verla a
ella que siempre lo esperaba a él con sus mil historias fantásticas
y maravillosas. Lo que no cambió fue que siguió dormitando en la
cama de ella ya que seguía siendo su lugar más seguro, y quizás
sólo allí se permitía descansar.
Por eso, cuando a ella le tocó partir
no había una sóla lágrima en él porque había contado todas sus
historias y había comido todos los sandwiches de lomito (con tomate
y provoleta) pero por sobre todas las cosas había dicho todos los te
amo. Por qué iba a llorar?
Tal vez hoy que paso tanto tiempo, se
le pianta un lagrimón, como dice el tango, pero no porque le haya
quedado algo en el tintero.... quizás, sólo quizás se acaba de dar
cuenta que desde entonces no volvió a sentirse en ningún lugar tan
seguro como entre esas manos incapaces de acariciar el cuerpo pero
que le abrazaba infinitamente el alma.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home