Como siempre estoy llegando tarde, me atrasé con el último
cliente que vi, le mandé mensaje diciéndole que estaba demorada con la
esperanza que cancelara el encuentro pero me dijo que no importaba lo que
tardara me iba a estar esperando.
Solíamos encontrarnos
con cierta frecuencia para almorzar cerca de su trabajo, sobre todo cuando
tenía que hacer trámites en el Registro de la Propiedad Inmueble que queda a
pocas cuadras de su oficina. Pero esta vez y por una extraña razón que no llegaba
a entender insistió en que nos encontráramos a la salida del trabajo en un
coqueto café de Vicente López.
Me duelen los pies porque me puse zapatos nuevos y no logré
amoldarlos en lo que va del día, ya no me queda ni una gota de maquillaje y no
pienso hacer nada al respecto porque de alguna manera quiero que cuando llegue
me vea la cara de fundida y se sienta un poco mal. Mientras estoy en mi última
reunión hago una lista mental de posibles cenas rápidas para preparar cuando
llegue a casa.
Es curioso que hayamos
llegado a este punto con él teniéndo en cuenta que el día en que lo conocí me
pareció un “Tincho histérico”. Era el peor cliente que me podría haber
recomendado Gaby, pero era su amigo y quería que lo represente en un reclamo
por un siniestro con su camioneta. Así fue que nos cruzamos por primera vez en
una mediación y él siendo mi representado no podía contener su furia porque la otra
parte no había concurrido.
Recuerdo perfectamente
la conversación con Gaby donde le suplicaba que le recomendara otro abogado
porque “NO ME LO BANCO” (fueron mis textuales palabras) a lo cual me dijo con
una sonrisa de oreja a oreja “Bancátelo, tomátelo como un desafío personal, es
un buen tipo, ya te vas a dar cuenta, seguilo vos, después me contás ….” Y se
ve que nos conocía bien a los dos porque terminada la mediación (que duró meses
y fue bastante compleja) habíamos vencido unas cuantas de las barreras que nos
separaban y habíamos comenzado una amistad, algo complejo de conseguir para mi
en mi vida adulta, ya que la mayoría de mis amigos me acompañan desde mi
infancia.
Obviamente seguía
pensando que era un Tincho de los que hablan con la papa en la boca, tanto que
teníamos un acuerdo por el cual no hablábamos por teléfono salvo que fuera
imprescindible porque me era bastante difícil entender lo que decía a no ser
que lo estuviera mirando al hablar. Lo que si, había dejado de ser histérico y
había comenzado a compartir su pasión por los viajes y los autos. También me
contaba de su mamá (que parece que manejaba bastante rápido para su edad), sus
hermanas y sobrinos y lo mimado y consentido que había sido como primer hijo y nieto
varón que lo habían convertido en un chico bastante consentido. También compartió alguna que
otra experiencia esotérica donde creía haberle torcido la mano a la parca que
lo había venido a buscar antes de tiempo.
Parece que no llego más y cuando llegue no me voy a poder
quedar mucho… mis hijos me están taladrando con mensajes de whatsapp desde “Por
dónde estás Ma”, pasando por “Qué vamos a cenar” hasta “Se terminó el papel
higiénico” y mejor que quede rollo de cocina porque no voy a llegar con tiempo
de comprar papel de ningún tipo. Pero por alguna razón parece que el encuentro
de hoy es impostergable y no puedo llegar a entender el porqué.
Él me solía preguntar
por mis hijos, calculo que era una asignatura pendiente en su vida y yo trataba
de contarle las ocurrencias de “mis retoños” de la manera más graciosa posible.
También me preguntaba por mi vida amorosa, y yo le decía que era inexistente
pero se divertía horrores con mis incursiones esporádicas en Tinder, porque
cuando tenía un match con algún personaje bizarro le mandaba las capturas de
las conversaciones para que se ría un rato. Yo sentía eso, que él esperaba
nuestros encuentros con avidez porque justamente le hacía falta una cuota de
diversión en su vida y quien me conoce, además de saber que hago stand up, sabe
la capacidad que tengo para contar de manera entretenida vivencias propias y
ajenas.
Estoy tan nerviosa y cansada que a metros del Café París me
tengo que sentar en uno de los bancos que bordean las vías del tren para
tomarme cinco minutos, psrs respirar profundo, resetearme y poner mi mejor
sonrisa, porque las cosas se hacen bien o no se hacen.
Finalmente (tarde como lo había previsto) llego y está sentado en una
de las mesitas de afuera, pegadito al cordón en la ochava, impecable como
siempre como si acabara de plancharse la camisa (le tengo que preguntar que apresto usa), por contraposición con la mía que tengo pegada al cuerpo, en una
mezcla de calor, nervios y el transcurso del día.
Como buen caballero educado en otra época se para para
saludarme y correrme la silla pero cuando me acerco para darle un beso, como
siempre apurada le pifio y termina en un pico. Me muero de vergüenza y trato de hacerme la tonta, lo cual no me
cuesta mucho y empiezo a hablar rápido de corrido y casi sin respirar de mis
peripecias para haber llegado a ese punto a esta hora.
Me mira desde debajo de su flequillo, le brillan los ojos
claros disfrutando de mi incomodidad y luego de hablar unas cuantas
trivialidades se pone serio me agarra la mano (lo cual no había sucedido nunca
desde que nos habíamos conocido) acercándose por sobre la mesa y tirando de mi
mano para que haga lo mismo con voz grave, me dice que tiene algo para
contarme, que no quiere que me entere por otra persona y pausadamente como si
lo hubiera practicado mil veces en su cabeza me dice un “ME OPERO DEL CORAZÓN
EL POCOS DÍAS Y ES UNA OPERACIÓN COMPLEJA”.
No sé que cara tengo … sé que me está explicando con lujo de
detalles el proceso quirúrgico al que se va a someter pero no puedo prestar
atención. Escucho partes sueltas, que siempre tuvo este problema, que era mejor
hacerlo ahora que después, fractura de costillas, lugar donde iba a ser el
procedimiento y que está absolutamente en paz con la vida, que si se tiene que
ir no tiene asignaturas pendientes…
Y yo que no dejo de ser un animal de costumbres, no encuentro
nada mejor que ponerme a hacer chistes con relación a ese tema tan grave, le
digo que se asegure que no le vanyan a poner tetas, que no le van a quedar bien y
que aproveche para hacerse un “recauchutaje” (usé exactamente esa palabra),
entonces lanza una carcajada y me suelta. No importa que sea pleno enero cuando
recupero mi mano está empapada y helada.
Me dice que soy divertida y cuanto disfruta nuestros
encuentros, me dice que le gustaría algo más … que lo piense, que por unos
largos meses va a estar confinado, de hecho usó la palabra cuarentena lo cual
hoy en plena pandemia suena bastante premonitorio.
Le digo que él mejor que nadie sabe que yo hace 7 años que
vivo evitando establecer lazos amorosos, que no es lo mío a lo que me promete
que nuestra amistad va a quedar intacta, es más que vamos a ser mejores amigos
aún.
Me tengo que ir, los chicos me esperan en casa, tengo que
hacer la cena y me ofrece llevarme en su “chata nueva”, obviamente al
despedirme me da otro pico, ahora sé que no hay error de cálculo alguno y media hora después recibo un mensaje suyo diciendo "Gracias por la maravillosa tarde que me hiciste pasar, nena".
Todavía no sé que va a ser la última vez que nos
vamos a ver, pero al despedirme sé que ya no estoy nerviosa, enojada ni
triste, que es verdad que quizás llego
tarde, lo bueno es que siempre llego … si se me sabe esperar.