Thursday, April 02, 2020

Despedidas inesperadas

Como siempre estoy llegando tarde, me atrasé con el último cliente que vi, le mandé mensaje diciéndole que estaba demorada con la esperanza que cancelara el encuentro pero me dijo que no importaba lo que tardara me iba a estar esperando.

Solíamos encontrarnos con cierta frecuencia para almorzar cerca de su trabajo, sobre todo cuando tenía que hacer trámites en el Registro de la Propiedad Inmueble que queda a pocas cuadras de su oficina. Pero esta vez y por una extraña razón que no llegaba a entender insistió en que nos encontráramos a la salida del trabajo en un coqueto café de Vicente López.

Me duelen los pies porque me puse zapatos nuevos y no logré amoldarlos en lo que va del día, ya no me queda ni una gota de maquillaje y no pienso hacer nada al respecto porque de alguna manera quiero que cuando llegue me vea la cara de fundida y se sienta un poco mal. Mientras estoy en mi última reunión hago una lista mental de posibles cenas rápidas para preparar cuando llegue a casa.

Es curioso que hayamos llegado a este punto con él teniéndo en cuenta que el día en que lo conocí me pareció un “Tincho histérico”. Era el peor cliente que me podría haber recomendado Gaby, pero era su amigo y quería que lo represente en un reclamo por un siniestro con su camioneta. Así fue que nos cruzamos por primera vez en una mediación y él siendo mi representado no podía contener su furia porque la otra parte no había concurrido.

Recuerdo perfectamente la conversación con Gaby donde le suplicaba que le recomendara otro abogado porque “NO ME LO BANCO” (fueron mis textuales palabras) a lo cual me dijo con una sonrisa de oreja a oreja “Bancátelo, tomátelo como un desafío personal, es un buen tipo, ya te vas a dar cuenta, seguilo vos, después me contás ….” Y se ve que nos conocía bien a los dos porque terminada la mediación (que duró meses y fue bastante compleja) habíamos vencido unas cuantas de las barreras que nos separaban y habíamos comenzado una amistad, algo complejo de conseguir para mi en mi vida adulta, ya que la mayoría de mis amigos me acompañan desde mi infancia.

Obviamente seguía pensando que era un Tincho de los que hablan con la papa en la boca, tanto que teníamos un acuerdo por el cual no hablábamos por teléfono salvo que fuera imprescindible porque me era bastante difícil entender lo que decía a no ser que lo estuviera mirando al hablar. Lo que si, había dejado de ser histérico y había comenzado a compartir su pasión por los viajes y los autos. También me contaba de su mamá (que parece que manejaba bastante rápido para su edad), sus hermanas y sobrinos y lo mimado y consentido que había sido como primer hijo y nieto varón que lo habían convertido en un chico bastante consentido. También compartió alguna que otra experiencia esotérica donde creía haberle torcido la mano a la parca que lo había venido a buscar antes de tiempo.

Parece que no llego más y cuando llegue no me voy a poder quedar mucho… mis hijos me están taladrando con mensajes de whatsapp desde “Por dónde estás Ma”, pasando por “Qué vamos a cenar” hasta “Se terminó el papel higiénico” y mejor que quede rollo de cocina porque no voy a llegar con tiempo de comprar papel de ningún tipo. Pero por alguna razón parece que el encuentro de hoy es impostergable y no puedo llegar a entender el porqué.

Él me solía preguntar por mis hijos, calculo que era una asignatura pendiente en su vida y yo trataba de contarle las ocurrencias de “mis retoños” de la manera más graciosa posible. También me preguntaba por mi vida amorosa, y yo le decía que era inexistente pero se divertía horrores con mis incursiones esporádicas en Tinder, porque cuando tenía un match con algún personaje bizarro le mandaba las capturas de las conversaciones para que se ría un rato. Yo sentía eso, que él esperaba nuestros encuentros con avidez porque justamente le hacía falta una cuota de diversión en su vida y quien me conoce, además de saber que hago stand up, sabe la capacidad que tengo para contar de manera entretenida vivencias propias y ajenas.

Estoy tan nerviosa y cansada que a metros del Café París me tengo que sentar en uno de los bancos que bordean las vías del tren para tomarme cinco minutos, psrs respirar profundo, resetearme y poner mi mejor sonrisa, porque las cosas se hacen bien o no se hacen.

Finalmente (tarde como lo había previsto) llego y está sentado en una de las mesitas de afuera, pegadito al cordón en la ochava, impecable como siempre como si acabara de plancharse la camisa (le tengo que preguntar que apresto usa), por contraposición con la mía que tengo pegada al cuerpo, en una mezcla de calor, nervios y el transcurso del día.

Como buen caballero educado en otra época se para para saludarme y correrme la silla pero cuando me acerco para darle un beso, como siempre apurada le pifio y termina en un pico. Me muero de vergüenza  y trato de hacerme la tonta, lo cual no me cuesta mucho y empiezo a hablar rápido de corrido y casi sin respirar de mis peripecias para haber llegado a ese punto a esta hora.

Me mira desde debajo de su flequillo, le brillan los ojos claros disfrutando de mi incomodidad y luego de hablar unas cuantas trivialidades se pone serio me agarra la mano (lo cual no había sucedido nunca desde que nos habíamos conocido) acercándose por sobre la mesa y tirando de mi mano para que haga lo mismo con voz grave, me dice que tiene algo para contarme, que no quiere que me entere por otra persona y pausadamente como si lo hubiera practicado mil veces en su cabeza me dice un “ME OPERO DEL CORAZÓN EL POCOS DÍAS Y ES UNA OPERACIÓN COMPLEJA”.

No sé que cara tengo … sé que me está explicando con lujo de detalles el proceso quirúrgico al que se va a someter pero no puedo prestar atención. Escucho partes sueltas, que siempre tuvo este problema, que era mejor hacerlo ahora que después, fractura de costillas, lugar donde iba a ser el procedimiento y que está absolutamente en paz con la vida, que si se tiene que ir no tiene asignaturas pendientes…

Y yo que no dejo de ser un animal de costumbres, no encuentro nada mejor que ponerme a hacer chistes con relación a ese tema tan grave, le digo que se asegure que no le vanyan a poner tetas, que no le van a quedar bien y que aproveche para hacerse un “recauchutaje” (usé exactamente esa palabra), entonces lanza una carcajada y me suelta. No importa que sea pleno enero cuando recupero mi mano está empapada y helada.

Me dice que soy divertida y cuanto disfruta nuestros encuentros, me dice que le gustaría algo más … que lo piense, que por unos largos meses va a estar confinado, de hecho usó la palabra cuarentena lo cual hoy en plena pandemia suena bastante premonitorio.

Le digo que él mejor que nadie sabe que yo hace 7 años que vivo evitando establecer lazos amorosos, que no es lo mío a lo que me promete que nuestra amistad va a quedar intacta, es más que vamos a ser mejores amigos aún.

Me tengo que ir, los chicos me esperan en casa, tengo que hacer la cena y me ofrece llevarme en su “chata nueva”, obviamente al despedirme me da otro pico, ahora sé que no hay error de cálculo alguno y media hora después recibo un mensaje suyo diciendo "Gracias por la maravillosa tarde que me hiciste pasar, nena".

Todavía no sé que va a ser la última vez que nos vamos a ver, pero al despedirme sé que ya no estoy nerviosa, enojada ni triste, que es verdad que quizás llego tarde, lo bueno es que siempre llego … si se me sabe esperar.