A cuánto estamos de Pehuajó?
La altura del año, con sus despedidas,
egresos, planificación de fiestas navideñas me enfrentan al
inevitable balance de lo proyectado, en primer lugar para el año....y
en segundo para la vida.
Con relación al año, creo que fue bastante positivo, pues me conformaba con poder sobrevivirlo
y el hecho de estar escribiendo este post, es la prueba fehaciente de
que lo he logrado y con creces....ahora cuando me pongo a pensar en lo
que tenía planificado para la vida la cosa es un tantín diferente.
Trataba de poner esto en palabras a
este gustito agrio emocional hablando con mi amigo Oscar, cuando se
me ocurrió preguntarle: “Te acordás de los sea monkeys?” Lo
cual fue sin duda una pregunta casi retórica, pues no puedo creer
que alguno de mis congéneres ignore de que se trata.
Por suerte, esta vez decide no hacerse
el pendejo y me contesta con un Si rotundo....”Cómo no me voy a
acordar?”.
Contenta de encontrar ese punto de
partida común, arremeto rápidamente con un: “Alguna vez viste
uno?”, sin duda una pregunta capciosa, pues hasta ahora no he
conocido ser viviente que haya tenido el placer/honor de comprobar la
existencia de esos bichos, creados por el marketing setentoso.
Una vez más no me equivoco y tengo el
tan preciado “No” como respuesta y es ahí donde le
digo.....bueno, así es como me siento yo ahora, como cuando los sea
monkeys aparecieron en mi vida.
Si le habré suplicado a mi madre para
que me compre un sobrecito de esas maravillosas criaturas marinas que
cobraban vida una vez sumergidas en agua.
Recuerdo también la expectativa que me
generó el interminable proceso de la adquisición de los mismos, la
limpieza de la pecera y la minuciosa lectura de las instrucciones que
seguí al pie de la letra para llegar al resultado deseado.
También rememoro, no sin un dejo de
ansiedad, los días posteriores, en los cuales volvía del colegio y
corría desesperadamente a ver la pecera sin siquiera apoyar el
portafolio (ya que en ese momento las mochilas sólo las usaban los
boy scouts)
Puedo volver a experimentar la sensación de
descontento paulatino que iba creciendo con el correr de los días en
la misma medida en la que el agua se iba enturbiado, opacando mis esperanzas de presenciar el acto mágico del comienzo de
la vida de estas (según la publicidad) simpáticas criaturas.
Recuerdo los imperturbables ojos de mi
madre el día en el cual el agua comenzó a oler a podrido y con su rigidez germana decidió tirar por la pileta de la cocina lo que para ella era un poco de agua sucia, pero sin que fuera visible mucho de
mi ilusión.
Será por eso que para intentar paliar
mi descontento me comentó que posiblemente yo necesitaba una mascota
un tanto más criada....o al menos que no viniera en un sobrecito,
que inmediatamente me dispararon la efímera ilusión de tener un
perrito, y digo efímera porque no tardó en llegar a casa Manuelita,
que sólo para hacer honor a su nombre era una … tortuga.
Es curioso como cuarenta años después
pueda experimentar la misma sensación de
expectativa/ansiedad/fracaso/frustración, claro que ahora a la medida
de mis (bien llevadísimos...ja!) 47 años. Lo bueno es que ahora me
puedo guiar por la experiencia y sé que me tengo que tranquilizar
esperando que aparezca la tortuga.....lástima que ahora también sé
que caminan muy lento.